La consciencia según Bohm
- Susana Riquelme
- hace 2 días
- 2 Min. de lectura
Cuando en este espacio hablamos de Ecología del Alma, sabemos que la palabra alma arrastra una carga histórica y religiosa. No la usamos en un sentido dogmático ni metafísico. La utilizamos como un puente lingüístico hacia algo que, en rigor, pertenece al dominio de la consciencia.
David Bohm (1917–1992), físico teórico estadounidense, fue uno de los pensadores más profundos del siglo XX en abordar la naturaleza de la realidad más allá de la fragmentación. Doctorado en la Universidad de California en Berkeley y colaborador cercano de Albert Einstein en el Institute for Advanced Study de Princeton, Bohm dedicó gran parte de su trabajo a cuestionar la idea de un universo compuesto por partes separadas.
Su aporte más influyente fue la distinción entre el orden explícito y el orden implícito, desarrollada en su obra Wholeness and the Implicate Order. Según Bohm, lo que percibimos como objetos, individuos o eventos separados pertenece al orden explícito: la superficie visible de la realidad. Por debajo de ella opera un orden implícito, un campo profundo y no fragmentado en el que todo está contenido y relacionado.
Bohm también abordó directamente la consciencia. En Thought as a System explicó que el pensamiento no es simplemente una herramienta neutra, sino un sistema condicionado que tiende a fragmentar la experiencia. Cuando el pensamiento no se reconoce a sí mismo como proceso, genera incoherencia interna y, como consecuencia, desorden en la relación con el mundo.
Desde esta perspectiva, la consciencia no es algo que se “produzca” ni que se controle. Surge cuando cesa la interferencia del pensamiento fragmentado. No aparece algo nuevo: se revela una coherencia que siempre estuvo presente.
Aquí es donde el concepto de Ecología del Alma se vuelve operativo. Cuando hablamos de alma, no hablamos de una entidad separada del cuerpo o del mundo, sino de la frecuencia de relación entre el individuo y el campo total del que forma parte. Es, en términos de Bohm, la manera en que una consciencia participa —o entra en conflicto— con el orden implícito.
La llamada Teoría del Campo Unificado, entendida no solo como una aspiración física sino como una visión ontológica, encuentra un eco claro en Bohm: la realidad como un todo indivisible en flujo constante. El Ecosistema del Alma nombra ese mismo principio desde el lenguaje de la experiencia humana: cuerpo, emoción, pensamiento, acción y consciencia como expresiones de un único campo.
Hablar de Ecología del Alma no es retroceder hacia lo religioso, sino avanzar hacia una comprensión integrada. Es reconocer que la vida no se organiza por partes aisladas, sino por coherencia. Y que cuando esa coherencia se interrumpe, no es el mundo el que falla, sino nuestra forma de percibirnos separados de él.
Desde Bohm, la invitación es clara: dejar de vivir fragmentados para empezar a percibir el todo en el que ya estamos inmersos



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